¡Buenos
días! Acabamos la semana con una nueva receta, pero antes hablaremos de uno de
sus componentes, la miel.
Este
producto es un fluido dulce y viscoso producido por las abejas para
alimentar a sus larvas y asegurarse la subsistencia durante el invierno, la
fabrican a partir del néctar de las flores, de las secreciones de las partes
vivas de plantas o de las excreciones de insectos chupadores de plantas. A
estas plantas se las denomina plantas melíferas. Las abejas recogen este
fluido, lo transforman y combinan con sustancias propias y lo almacenan para su
maduración.
El
apicultor recoge la miel directamente de las colmenas fabricadas por las
propias abejas o
de colmenas artificiales preparadas para que las abejas construyan sus panales
en su interior.
Las
características de la miel van a depender del tipo de flores que abundan en la
zona donde las abejas realizan su trabajo, de esta forma encontramos tres tipos
generales de miel:
- Miel multifloral: miel formada a partir de varias flores.
- Miel monofloral: miel en la cual abunda principalmente una especie concreta de flor. En este grupo podemos encontrar miel de alfalfa, de azahar, de brezo, de espliego, de eucalipto, de manuka, de romero, de tomillo, etc.
- Miel de bosque: miel no formada a partir del néctar de las flores sino a partir de las secreciones de ciertas plantas o árboles. En este grupo encontramos miel de encina, de pino, de abeto, etc.
En China e India se
utilizaba como parte de los métodos de curación, era parte de la medicina
incluso en otras civilizaciones como la griega o la romana.
Para
los griegos era
tan importante que incluso aparece en la mitología; se decía que las ninfas
alimentaron a Zeus con este producto además de leche.
Si
estudiamos a los romanos, éstos la utilizaban para endulzar el
vino e incluso la
primera calzada romana se denominó via apia, por el número de colmenas que
había en sus veredas.
Con el
tiempo se aprendió a extraer el azúcar y poco a poco la miel se ha ido relegando y restando la importancia que
tiene, pero si valoramos las propiedades de uno y otro, la miel no
sólo endulza sino que tiene otros beneficios añadidos que ahora veremos.
En
cuanto a su valoración nutricional, la miel es un producto biológico
muy complejo cuya composición nutritiva varía, como hemos dicho, según la flora
de origen, e incluso la zona o el clima. Esencialmente hablamos de
una disolución acuosa concentrada de azúcar invertido,
con una mezcla de otros hidratos de carbono, diversas enzimas, aminoácidos,
ácidos orgánicos, minerales, sustancias aromáticas, pigmentos, ceras, etc.
Su
concentración en azúcares la convierte en un alimento bastante calórico. Los
principales azúcares son fructosa y glucosa mayoritariamente, y pequeñas cantidades
de sacarosa. No posee un contenido especialmente
significativo en minerales, pero podemos destacar el potasio seguido de cloro, azufre, calcio, fósforo y magnesio, entre otros.
En
cuanto a su composición vitamínica, presenta sobre todo vitaminas del grupo B, pero no
contiene ninguna vitamina liposoluble (A, D o E).
Podemos destacar su composición en ácido acético, ácido
tartárico, ácido cítrico y ácido fórmico que otorgan a la miel un pH
ácido (entre 3,5
y 4,2) que permite que este alimento se conserve con facilidad. También
contiene bastantes enzimas, lo que le proporciona características
digestivas, y flavonoides con propiedades antioxidantes.
Aunque
no es muy elevada la composición en fósforo y en potasio, gracias a estos dos
nutrientes se facilita la metabolización de los azúcares de la miel
consiguiendo una mejor asimilación.
Pero
la miel no sólo proporciona energía o consigue que los azúcares se metabolicen
correctamente (evitando así picos de insulina), también tiene propiedades antibacterianas, ayuda a
prevenir y tratar ciertas enfermedades respiratorias y regula el tránsito
intestinal, ayudando a prevenir la aparición de diarreas y mejorando episodios
de estreñimiento.
Y
para terminar el mes de Septiembre, pasamos a la cocina con mi compañero Jorge
para preparar un rico postre… Orejillas de Fraile
Durante
mis vacaciones de verano mi madre y mi tía hablaron de un postre que les hacía
mi abuela, pero no se acordaban de los ingredientes ni de la elaboración, ya
que nunca les ha dado ninguna receta, pero se acordaban ligeramente del nombre
de “orejillas” y que se hacían con una cuchara.
Como
me tocaba una receta este mes y “San Google” es así de majo, me puse a buscar
la receta y la pude encontrar, que es la que hoy os traigo; así que nos pusimos
mi madre y yo manos a la obra para recordar sabores del pasado y... ¡sorpresa!
era exactamente lo que tomaba ella de niña.
Es
un postre que con pocos ingredientes se puede hacer una gran cantidad, además
de fácil, el secreto está en la cuchara y no en la masa. Y lo más importante,
por lo menos se necesitan dos personas para su elaboración, la cocina es más
divertida acompañados, cogeros a alguien y a cocinar.
Ingredientes
- 1 huevo
- 1 cucharada sopera bastante colmada de harina
- 1 cucharadita de azúcar
- Un chorro de leche
- Aceite de oliva
- 1 cucharada de miel
- 1/2 vaso de agua
- Azúcar
Lo
primero que vamos a hacer es mezclar todos los ingredientes en un bol hasta
conseguir una masa sin grumos, similar a una bechamel ligera.
A
su vez, en una sartén honda o un cazo ponemos abundante aceite de oliva (no nos
preocupemos, se puede reutilizar ya que no se ensuciará). Cuando el aceite esté
bien caliente, metemos una cuchara sopera dentro para que ésta se caliente.
Cuando
esté bien caliente la cuchara, la sacamos teniendo cuidado de no quemarnos, y
la metemos en la masa hasta un poco menos del inicio del mango. Escurrimos la
masa sobrante (queremos que se forme como una película alrededor de la cuchara)
y la introducimos en el aceite; movemos un poco la cuchara para separar la masa
de la cuchara y se empezará a freír, con esta divertida forma de oreja. Una vez
que esté lista sacamos la orejilla y pasamos por papel absorbente para eliminar
el exceso de aceite. Es importante ir calentando bien la cuchara en el aceite y
hacerlo en pequeñas tandas, ya que si la cuchara no está bien caliente será más
difícil separar la masa de la cuchara.
Una
vez que hemos quitado el exceso de aceite, algunas orejillas las pasamos por
azúcar y reservamos, otras en cambio las vamos a reservar para después. A
continuación, en un cazo ponemos medio vaso de agua y una o dos cucharadas de
miel, realizando una especie de almíbar, lo que conocemos como aguamiel, lo
llevamos a ebullición y que cueza un rato, cuando esté listo introducimos las
orejas de fraile.
Y
ya está listo nuestro postre, pudiendo disfrutarlas tanto con azúcar, como con
aguamiel, y comprobar la textura y sabor de los dos tipos de presentación.
Con
esto nos despedimos, esperando que paséis un gran fin de semana. ¡¡Disfrutar de
este postre como nosotros lo hemos disfrutado!!
Un
saludo y ¡ser felices!
Realizado por Tamara Valencia Dueñas y Jorge Ibarra
Morato
Fuentes
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